¿Existe realmente una incipiente burbuja del emprendimiento? ¿Quién la está fomentando? ¿A quién beneficia? ¿Se están generando miles de autoempleos y pocas empresas?
Son distintas las corrientes de opinión al respecto. Desde el punto de vista más técnico, debemos tener en cuenta que para crear una burbuja, y está claro que solas no se crean, deben existir varios factores determinantes que permitan, a los interesados, crearla.
Uno de los principales es la existencia de un mercado y una demanda asociada al mismo que permita crear el adecuado clima especulativo. Parece claro que no existe un mercado para el emprendimiento ni tampoco, al parecer, una demanda que arrastre a las masas de forma desordenada hacia determinado producto, servicio, tecnología o cualquier otro bien indeterminado.
Pero existe, como en toda burbuja, los agentes dinamizadores interesados en su creación y en utilizarla como una cortina de humo para obtener ciertos beneficios. Y, en este caso, la llamada masiva del Gobierno hacia el emprendimiento es el agente dinamizador. Sus objetivos son claros; reducir la ingente cifra de paro y conseguir mayor recaudación vía impuestos.
Y, a mi modo de entender, la burbuja es real, e inflada por una necesidad incesante de los medios, de los políticos y de empresas que promocionan la causa emprendedora para obtener cada uno de ellos sus beneficios a costa, como es habitual, del resto de mortales.
Podríamos entender que los objetivos perseguidos en esta ola de emprendimiento serían la generación de riqueza (creación de empresas) y la generación de empleo como primeros pasos que ayuden a reactivar el consumo y por ende la economía del ciudadano y, luego, las macro cifras del estado y lobbies asociados.
Pero para conseguir estos objetivos deben darse las adecuadas condiciones socio-políticas (difícil para un país sumido en la cultura del subsidio, el pelotazo y la especulación), así como las condiciones financieras a nivel de Estado. Sería vital implantar políticas para estimular la cultura innovadora y la formación, y no menos importante cambiar reglamentación y el funcionamiento de la administración pública para que sea más accesible, sin barreras, amable, ágil e igual para todos.
De momento, nada de lo anterior parece vislumbrarse en el horizonte español, pero en cambio el efecto tractor hacía el emprendimiento sigue empujando desde todas las administraciones.
Pero, ¿empujando hacia dónde?
Esa es la gran pregunta sin respuesta. Está claro que no todos valemos para ser emprendedores, y que se está arrastrando al parado al autoempleo, en muchos casos previa capitalización del subsidio de desempleo y en otros muchos, sin financiación, a incorporarse y seguir aumentando la economía sumergida.
Hay quienes invierten sus ahorros en un negocio pensando que ha der ser su tabla de salvación ante la imposibilidad de encontrar un empleo, buscando a la desesperada la mejor salida pero, en la mayoría de los casos, sin la formación ni preparación mínima ni adecuada. Soñadores que tienen el convencimiento que su producto o tecnología alcanzará altos valores en el mercado y podrán desprenderse de su empresa por grandes cantidades de euros persiguiendo el “sueño americano” pero a la española.
Cuando explote la burbuja, y es cuestión sólo de tiempo que ocurra, nos encontraremos con resultados catastróficos, básicamente de índole social. Miles de personas con sus metas sin lograr, sin ayudas, sin recursos y sin ahorros. Tendremos encima uno de los mayores rescates de la historia de España, y no por lo económico.
Sólo un mínimo porcentaje, se estima en 2%, conseguirá que su negocio sea sostenible en el tiempo, lo que no quiere decir que el balance entre gran esfuerzo y beneficios se decante por estos últimos.
Como en otras ocasiones, a tiempo estamos de empezar a introducir los cambios necesarios para evitar el posible desastre, a trabajar sobre la conciencia social (que existe pero no aflora) de aquellos que tienen en sus manos la capacidad de evitarlo.