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Liderazgo para Emprendedores

Tengo un defecto, y es que no soy nada futbolero. No recuerdo el último partido de fútbol que he visto entero. Ni siquiera vi íntegra la final del Mundial que ganó España, sólo a trozos. El fútbol me aburre bastante. Y sin embargo otro deporte que a mucha gente le parecerá un tostón, como es el ciclismo, a mí me encanta. No soy normal, qué se le va a hacer.

Pero debo admitir que el fútbol nos proporciona de vez en cuando unos especímenes únicos dignos de ser conservados en formol y expuestos en museos.

Hace muchos años fue entrenador del Real Madrid Jorge Valdano. Aquél fue el primer caso de “futbolero literato”. El tipo hablaba de fútbol empleando un lenguaje rayano en la pedantería y sin precedentes en el fútbol, que a mí me hacía bastante gracia. El periodista José María García sentía una tirria especial por Valdano y le llamaba despectivamente el “rapsoda”, si bien Valdano no habló nunca en verso (aunque sí publicó un libro de cuentos de fútbol para aprovechar la cresta de la ola).

Creí que el “futbolista literato” iba a ser un ejemplar único por su exotismo cuando en época más reciente aparece otro individuo de más interés biológico: el Josep Guardiola “futbolero filósofo” (llamado así por un ex jugador suyo llamado Ibrahimovic).

El caso de Guardiola es admirable. Al cargo de un grupo de futbolistas que se encuentran entre los mejores y más talentosos del mundo no es de extrañar que el Barcelona, club al que entrena, haga grandes temporadas. En este deporte, salvo error por mi parte, suele ganar el que mejores jugadores tiene, pero Guardiola fue hábil en la victoria, a la que acompañó de un discurso calmo y vacío que le hizo receptor del aura por parte de sus seguidores.

Una agencia de publicidad aprovechó que el Pisuerga pasaba por Valladolid y puso a Guardiola como imagen del Banco Sabadell, posicionando al chico como un “líder”. Los carteles que inundaron España tenían el rostro de Guardiola con algunas máximas presuntamente guardiolanas como “cada uno debe luchar por ser el mejor, pero sin los demás es imposible” o “el motor de un trabajo es la pasión”. Sensacional. Dos orejas y puerta grande.

El liderazgo no descansa en el poder. Los que detentan el poder tienen autoridad, pero no tienen por qué ser líderes. El líder es seguido por la confianza y el respeto que emanan de sus actos. Unos actos que no sólo deben ser eficientes sino también éticamente incontestables. Coherentes, consistentes con las palabras de quien los realiza. Ejemplarizantes. Acordes con unos principios que se mantienen inalterables en todo momento y circunstancia.

Guardiola es un mal líder. Una de las virtudes más celebradas por el guardiolismo radica en el profundo respeto que ha mostrado por los árbitros. Guardiola es un señor, y no se queja de los árbitros. Esto lo ha dicho él mismo. Pero por lo visto, las palabras no acompañan a sus actos, como puede verse aquí, aquí o más recientemente aquí.

Lo peor que le puede ocurrir a un líder es que pierda las causas por las que se convirtió en tal. Los emprendedores deben saber que precisamente mantener los principios en los momentos difíciles es lo que los hace líderes. Ser un tío guay cuando se gana es fácil. Cuando hemos conseguido financiación, contratos, presencia en prensa. Así es muy fácil atenerse a unos principios. Lo complicado es hacerlo cuando escasea el dinero, no conseguimos clientes, no nos cita ningún medio.

Por eso digo que Guardiola es un mal ejemplo para los emprendedores. En la victoria Guardiola es Julio César. En la derrota, un vulgar Mourinho.

Hay gente que se extraña cuando alguien está en el pedestal y con gran celeridad pasa a ocupar la cochinera del palacio. Dicen entonces “Sic transit gloria mundi”, cuando en realidad debieran haber dicho “nunca debió estar ahí”.

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