Como cada semana, la pasada escribía mi post aquí, hablando de lo que llamé el emprendedor zombie. Me refería con ese término a aquel parado que ve en el autoempleo la única salida a su situación, pero no tiene ilusión alguna por su proyecto. Se deja llevar.
Pero claro, tan malo es el defecto como el exceso. Me sorprendió un comentario de un lector, que podríamos decir que se encontraba en la situación completamente opuesta. Se trataba de un trabajador por cuenta ajena, con empleo. ¡Eso sí que es una especie rara!
Bueno, ya en serio, se trataba de una persona con un puesto de trabajo de muchos años en la misma empresa. Su mujer funcionaria. Desciende de funcionarios. Y sin embargo ¡loco por emprender!
¡Ole! Es la primera reacción. Tal y como están las cosas, que alguien en esa situación tenga ilusión por emprender y crear empresas, fuente de puestos de trabajo futuros, es digno de admirar y de animar. Sin embargo, el problema viene cuando se tiene ilusión por emprender como el que tiene ilusión en ser feliz pero no sabe como serlo. Me explico. Hay muchas personas que, sin saber realmente a lo que se enfrentan, tienen una enorme ilusión por emprender "algo". Da igual, lo que sea. La cuestión es montar algo.
Este es el emprendedor happy. Aquel que ve en "montar una empresa" algo utópico, precioso, bonito, incluso divertido. Es lo mismo que el que tumbado en el sofá de casa tiene ilusión por ser el ganador del Tour de Francia. En el sofá de casa uno sube el Tourmalet como una bala. Lo malo es no es subirlo en el sofá, lo malo es subirlo en la bicicleta.
Seamos realistas, emprender ni es una maldición ni es la vida de color de rosa. Emprender es duro. Si el que trabaja por cuenta ajena está harto de levantarse a las seis de la mañana para llegar a tiempo a verle la cara al jefe, el que emprende lo está de levantarse a la misma hora sin saber si hoy volverá con alguna venta.
El problema no es tener o no ilusión, el problema es en qué se tiene ilusión. No se puede tener ilusión en montar "algo", una pizzería o una tienda de tornillos. La ilusión no puede estar puesta en eso, porque el batacazo será como caer desde lo alto del Tourmalet, pero sin frenos, sin bici, lleno de magulladuras y con los bolsillos vacíos.
La ilusión tiene que estar puesta en el final de un camino. No en montar una empresa. Montarla dice el gobierno que cuando apruebe la ley de emprendedores se puede en 24 horas. Pues nada, todo el que le haga ilusión, que la monte de un día para otro y ya está. Ya la tiene. Y luego qué... ¿la cerramos? El final del camino, la fuente de la motivación no puede ser tener un negocio.
Ojo, el objetivo que ni sea tener en un par de años la Coca-Cola, pero tampoco en algo con lo que pueda ir tirando. Porque entonces lo máximo que conseguirás en la vida es ir tirando. Un poco de ambición, de ilusión y aprender a vivir con la incertidumbre como compañera de viaje. Así establece una meta un emprendedor.