El dinero cuesta dinero.
El precio del dinero es lo que se denomina “tipo de interés”, y llevándolo a un contexto de finanzas para emprendedores (y salvando alguna matización técnica) lo consideraremos “coste de capital”. Así el coste del capital no es ni más ni menos que el coste que le supone al emprendedor los fondos económicos aportados a su proyecto empresarial.
Esos fondos pueden ser propios o ajenos. Fondos propios son los que forman parte del capital social y las reservas de la empresa. Da igual que los ponga el propio emprendedor, su familia, sus amigos o un business angel. Son aportaciones que no se deben a nadie.
Los fondos ajenos son cantidades que sí se deben. Ya sea a un banco o un particular o incluso a un socio. Porque los socios también pueden hacer préstamos a la sociedad. En definitiva, ni todos los fondos propios provienen del emprendedor, ni todo el dinero puesto en la empresa por el emprendedor tiene la consideración de fondos propios.
Pero hemos dicho al principio que el dinero cuesta dinero. Así que la pregunta es: ¿qué son más caros, los fondos propios o los ajenos?
El coste de los ajenos suele ser conocido pues el tipo de interés de los préstamos es una de las variables que se pacta al formalizarlos. No ocurre lo mismo con los fondos propios, y cuando el emprendedor aporta su dinero al capital social de la empresa no se fija ninguna retribución por esa financiación. ¿Significa esto que los fondos propios son gratis?
Muchos emprendedores lo creen así. Razonan que “como el dinero lo he puesto yo, no me ha costado nada, a diferencia del tipo de interés que pago al banco por el préstamo”. Esto es un grave error y, lo que es peor, demuestra que el emprendedor desconoce el concepto de “coste del capital”.
Los fondos propios son los recursos más caros que podemos encontrar. La razón es sencilla. El precio del dinero del que hablamos al principio se fija en función del riesgo al que exponemos ese mismo dinero. Si compramos deuda pública de un país muy seguro como Estados Unidos, el riesgo es bajo y por lo tanto la rentabilidad también. Eso significa que a los estadounidenses el coste de su deuda les sale relativamente barato y su “coste de capital” es inferior al de otro país menos fiable como… Francia, por poner un ejemplo.
Si subimos la escala de riesgo llegaríamos a las empresas privadas, primero las que cotizan, luego las que no, luego las pymes y finalmente, en la cima del peligro, están los emprendedores. La especie más temeraria de todas.
El perfil de riesgo de la startups es el mayor de todos, por lo que la prima que debe pagarse al aportador de fondos debe ser la más elevada. El riesgo que soporta el socio de la startup no lo soporta nadie, ni siquiera el banco que nos da crédito, pues el banco está muy por delante de los socios en la cola de los que cobran en caso de quiebra.
Por eso es por lo que el emprendedor que pone dinero en su negocio goza de un estatus de credibilidad incuestionable. Y por eso también los fondos de capital riesgo se fijan TIRs tan ambiciosas al plantearse una inversión en una startup.
En definitiva, el dinero no es gratis. Aunque lo pongas tú o te lo haya dado tu familia. Ni siquiera si te lo has encontrado en la calle es gratis. En tu startup siempre estará sometido al coste de capital.