"Por cada enemigo que tenemos en el exterior, existen cien en el interior..." Así comenzaba una novela que leía bastante a menudo de pequeño. Y encuentro que la frase tiene mucho sentido dentro del mundo empresarial. Especialmente en las primeras etapas de cualquier proyecto emprendedor. Y es que, contrariamente de lo que se piensa, el peor enemigo de un emprendedor no es la falta de recursos, de contactos o de creatividad.
Más bien lo contrario. Me explicare: la mayoría de los emprendedores contamos con cierto talento, buenas ideas y toneladas de autoconfianza. Hasta tal punto, que la mayoría en algún momento nos acabamos "enamorando" de nuestra propia idea. Lo cual puede llegar a ser un contratiempo bastante importante.
Poco importa que los emprendedores de cierta "veteranía" nos repitan insistentemente que aprendamos a ver los defectos de nuestra idea. La verdad es que la inmensa mayoría no hacemos caso a este sabio consejo. Y yo no he sido la excepción a la regla, para qué vamos a engañarnos a estas alturas. Más bien al contrario.
Supongo que es un precio justo a pagar por las valiosas lecciones que todos aprendemos cuando nos lanzamos (a veces irreflexivamente) de cabeza al mercado. Lecciones que, aunque dolorosas, nos ayudan a mejorar nuestra oferta de valor y, en definitiva, a hacer que el éxito esté un poquito más cerca que antes.
Pero ni siquiera pegarse un cierto "batacazo" en la implantación de cualquier proyecto puede considerarse como algo excesivamente grave. Al fin y al cabo, todos estamos cometiendo errores continuamente, en especial, si nuestra actividad se fundamenta en disciplinas tan complejas como la tecnología o la estrategia empresarial, en las que es muy difícil no cometer tonterías de vez en cuando.
Mi experiencia actual me dice que el error más grave de todos es el de no aprender nada sobre los errores que cometemos. Achacar el problema a la mala suerte, a la incomprensión de los demás o a cualquier "excusa barata" que se nos ocurra para justificarnos y dejar nuestro orgullo profesional intacto. Ego, a fin de cuentas.
No es ningún secreto que la asignatura pendiente para la mayoría de nosotros sea el apartado comercial. Al fin y al cabo, los buenos comerciales son tan valiosos como escasos. Sin embargo, les aseguro que si tienen la fortuna de recibir el consejo de alguno de ellos, y dejan su ego a un lado, aprenderán lecciones realmente valiosas.
Por desgracia, no todos los emprendedores piensan como yo. Muchos "desprecian" literalmente la profesión de agente comercial, quizá por considerarla poco "glamourosa" o sofisticada, asumiendo automáticamente que los comerciales son profesionales egoístas, torpes y codiciosos. Craso error, pues jamás deberíamos olvidar que una empresa incapaz de vender, está condenada a su extinción irremediable.
Como una vez me dijeron: "muy dispuesto está a errar, aquél que no admite el parecer de los demás...". Es tristemente cierto que, si un comercial tiene cierto talento, será perfectamente capaz de desmontar y "pisotear" su maravillosa teoría de marketing en apenas varios segundos. Probablemente sea por eso por lo que los evitamos siempre que podemos.
Sin embargo, piense que su crueldad no es gratuita, más bien intentan forzar nuestra mente a alcanzar nuevas realidades. Si lo ve de este modo, y deja su ego a un lado, es probable que comience a centrarse más en mejorar las cosas verdaderamente importantes de su idea. Por usar una expresión de mi propia cosecha: "aprenderá a pensar como un comercial". Lo cual no es un logro pequeño.
Creo sinceramente que el ego es la causa de la muerte de la mayoría de empresas y proyectos. Es el ego el que nos lleva a hacer las cosas "como siempre se han hecho", el que nos lleva a despreciar las señales que envía el mercado, el que nos conduce a no escuchar los consejos bienintencionados de otras personas de mayor experiencia... Seguro que todos podemos contar alguna anécdota "graciosa" al respecto...
Por eso, quiero proponerles que, si lo desean, nos cuenten alguna de estas historias en los comentarios. ¿Se animan? Al fin y al cabo, reírse de uno mismo es uno de los mejores y más efectivos ejercicios anti-ego que conozco. ;-)