Emprender es sinónimo de innovar, y, mientras más disruptivo sea el producto o servicio, mayor será el grado de incertidumbre, o, riesgo, inherente a cada emprendimiento.
El lanzamiento exitoso de un producto innovador, requiere de un conjunto de acciones de carácter multifuncional, ejecutadas por un equipo de trabajo, o de aliados, que allanen la enorme incertidumbre que rodea al emprendedor: todavía se desconocen, tanto el producto o servicio -en cuanto a sus detalles funcionales- cómo el mercado al cual va dirigido.
El equipo de emprendimiento escoge el camino más directo de implantación de su idea, basado, en un método de ensayo y error, a diferencia del típico plan de negocio de una empresa madura, en el cual los datos que ahora tratamos de validar forman parte de las premisas del plan.
No obstante; el plan de acción del emprendedor representa su mejor oportunidad de aprendizaje: quienes aceleren el ciclo de lanzamiento de sus nuevos productos y servicios al mercado, se beneficiaran de un posicionamiento oportuno y esto, a su vez; representará la mejor barrera de entrada para sus competidores.
Este proceso de diseño, validación y ajuste nos permite conocer la respuesta de nuestros clientes y usuarios a nuestra propuesta de valor, y, en cada iteración; la clave consiste, en reducir el grado de incertidumbre que separa, la adopción, por parte del mercado objetivo, de nuestro producto a servicio. Para esto es necesario planificar, diseñar, validar y ajustar en un ciclo o proceso, en el cual; los errores son una fuente de aprendizaje y los éxitos una consecuencia de la reducción de la incertidumbre que rodea cada etapa del emprendimiento.
Cada meta alcanzada, elimina un elemento de incertidumbre y nos acerca al destino final: el lanzamiento de un producto o servicio que resuelve un problema o satisface las necesidades de nuestros clientes y usuarios.
