Al tomar una decisión de inversión, se pueden cometer dos tipos de errores: decidir no invertir en una startup que posteriormente genera rendimientos inusualmente altos, o decidir invertir en una startup que subsecuentemente fracasa.
Una buena estrategia no siempre es la que busca acertarle a la próxima Google, sino aquella que busca minimizar las probabilidades de cometer errores.
Las estadísticas alrededor de las inversiones en startups nos pueden dar una idea del panorama general, pero no siempre son concluyentes.
Dado que este tipo de inversiones son privadas y realizadas por muchos actores pequeños, la información hay que recolectarla mediante encuestas a los Inversores Ángeles, grupos de inversión y managers de fondos de Venture Capital, quienes por supuesto estarán más dispuestos a responder si están satisfechos con sus resultados, que si se encuentran lamentando pérdidas. De todos modos, hay datos orientativos que nos pueden resultan muy útiles e interesantes para reflexionar.
Algunos trabajos han estimado que el porcentaje de startups que fracasan en los primeros 2 años de vida están en un rango del 24% al 34%; pero llega al 50% si se toman en cuenta 4 años y hasta el 60% en 6 años. Otros trabajos afirman que este ratio de fracaso llegaría incluso al 75%. Por lo cual, podríamos esperar que 3 de cada 4 startups fracasen, situación en que el inversor perdería por completo su inversión, y sólo 1 de cada 4 no lo haga.
Ante este escenario, el inversor tiene distintos recursos para esquivarle a las estadísticas. Lo primero y más intuitivo es hacer un ajuste fino en su proceso de selección: aumentar el flujo de oportunidades, disminuir al máximo la asimetría de información, mejorar la detección de factores claves de éxito y de riesgo, etc.
Pero el otro recurso más importante es la capacidad de acompañar a la startup aportando buenas prácticas de gestión, acercando know-how y redes de contactos relevantes (además de proveer los fondos para ejecutar el Plan de Negocios). De esa manera, el inversor pasa a ser un actor fundamental en la tarea de evitar que la startup caiga en el grupo del 75% de los casos que fracasan.
El segundo error a minimizar es el de desestimar a startups que tengan un increíble potencial. Sería algo así como decidir no invertir ante la propuesta de los fundadores de Google en el 1998.
Tomando el caso de uno de los principales clubes de ángeles del mundo, se hizo un seguimiento sobre las startups que habían pasado exitosamente todo el proceso de selección, pero que terminaron no recibiendo capital al momento de someterse a la decisión final (acá es cuando el inversor generalmente tiene a su alcance la cantidad y calidad de información apropiada para la hacer una evaluación integral).
Mientras que aproximadamente el 22% de las startups capitalizadas por el club tuvieron una salida exitosa, ya sea en términos de salida a la bolsa, fusiones, adquisiciones, etc., sólo el 5% de las startups que pasaron el proceso de selección pero no llegaron a obtener capital, lograron eventos de liquidación similar.
En conclusión, se podría tomar como punto de referencia que un inversor se enfrenta permanentemente al desafío de evitar las startups que lo lleven a perder su inversión (75% de chances de cometer este error), y de evitar decidir por no invertir cuando se encuentra ante una startup de alto potencial (5% de chances de cometer este error). Pero es sólo una cuestión estadística.