Cada vez que asisto invitado a un Foro sobre Emprendedores, hoy se organizan varios por semana por toda nuestra geografía, acabo debatiendo sobre si en España hay, o no, una verdadera cultura emprendedora, y siempre me viene a la cabeza la imagen que todos hemos visto alguna vez en el cine de Hollywood: la del niño americano que vende limonada en la puerta del garaje de su casa para ganarse unos dólares.
No puedo evitar preguntarme, con no poco escepticismo, sobre qué pasaría si ese niño fuera español. Lo más probable es que los padres acabasen denunciados por explotación de menores y el niño multado por no tener licencia municipal…
Me sirve la broma, que espero que disculpes, para plasmar los dos principales problemas de los emprendedores españoles. La incomprensión y el exceso de burocracia. Si añadimos los problemas de financiación y el exceso de cargas impositivas ya tenemos el cuadro completo.
En España, de un tiempo a esta parte, las palabras “Emprendedor” y “Emprendimiento” han ganado un gran peso en nuestro vocabulario. Los medios de comunicación las emplean a todas horas, están continuamente en boca de empresarios y políticos, y hasta han entrado por la puerta grande en la legislación española, con la reciente aprobación, de la tan largamente esperada “Ley de apoyo al emprendedor”.
El emprendimiento es uno de los remedios para solucionar nuestro grave problema de desempleo, por cuanto supone de autoempleo inicialmente y de futuras contrataciones si el negocio marcha bien.
Existe por tanto un consenso general en la necesidad de crear un ambiente favorable hacia el emprendimiento en nuestro país. Ahora bien, la pregunta es: ¿De verdad existe "cultura emprendedora" en España?
En un estudio reciente se afirma que el porcentaje de emprendedores españoles que se deciden a crear empresa, no porque hayan tenido una idea en la que creen, sino obligados por las circunstancias es nada menos que de un 25%. Una cifra que se ha duplicado con la llegada de la crisis. Pues bien, resulta que son estos emprendedores “forzosos” los que han conseguido evitar que las cifras no se hayan desplomado más todavía.
Y es que, en realidad, en España nunca ha existido un verdadero movimiento emprendedor, si lo comparamos con otros países europeos y, menos aún, con Estados Unidos. ¿Por qué? ¿Son los norteamericanos más listos o más valientes, empresarialmente hablando, que nosotros? Pienso que no. La diferencia radica en algo más profundo, en ese “germen emprendedor” necesario para poner en marcha cualquier proyecto, algo que ellos vienen mamando desde niños y que a los españoles nos es ajeno hasta muy entrada la edad adulta.
Mientras que en Estados Unidos y otros países la cultura emprendedora tiene su origen en los primeros estadios de la educación, en España la figura del empresario no tiene ninguna presencia en nuestros colegios. Tampoco en las Instituciones de Educación Superior, donde tradicionalmente ha primado la formación de futuros directivos.
Dirigiendo a nuestros jóvenes a ser Tim Cook o Pablo Isla, no Steve Jobs o Amancio Ortega. Ha sido hace unos pocos años cuando hemos empezado en Universidades y Escuelas de Negocios a poner en valor la figura del emprendedor, creando cursos, incubadoras, aceleradoras, etc.
Tampoco desde las administraciones públicas se ha trabajado a favor de obra. Los sucesivos gobiernos centrales, autonómicos y locales no han apoyado suficientemente el emprendimiento, más bien al contrario, se han caracterizado por desatender las necesidades de los emprendedores. Sólo les ha preocupado hasta ahora su fiscalización. Baste como ejemplos el tiempo, coste y papeleo que suponía crear una sociedad, convertirse en autónomo o pedir una licencia municipal para cualquier cosa en comparación con otros países. Aquí hacía falta ser un héroe con más moral que el Alcoyano para conseguirlo.
La reciente Ley de Emprendedores, mejorable sin duda, parece querer poner fin a esta tendencia y apunta buenas intenciones. Al menos es un primer paso en la buena dirección.
En definitiva, todos estamos de acuerdo en que el empuje de unos cuantos miles de nuevos empresarios le vendría de perlas a nuestra a maltrecha economía, además de suponer un alivio para un mercado laboral que atraviesa sus horas más bajas. Sin embargo, para que esta cultura emprendedora llegue a cuajar, además de una ley que la favorezca y una corriente de opinión que la empuje, hace falta algo más, un plus que pasa por reformular nuestros sistemas de valores y de prioridades desde las bases.
Un plus que pasa por aprovechar la inminente reforma educativa para incluir contenidos que formen a nuestros hijos en la dirección del emprendimiento desde el colegio.