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Es de Perogrullo afirmar que, a raíz de la pandemia de la COVID-19 en nuestro país, muchos aspectos de nuestra vida cotidiana se han visto intensamente alterados. Mucho más cuando nos focalizamos en nuestras relaciones sociales. Desde las autoridades sanitarias nos recomiendan no abusar de las reuniones de familia y amigos y reducir nuestro contacto social al círculo más cercano, con el objetivo de minimizar el riesgo de contraer el virus. Pero… ¿cuál es el círculo más cercano?
En la era pre-COVID lo teníamos muy claro. Nuestra familia y amigos más íntimos y, en algunos casos, algunos compañeros de trabajo, eran los integrantes de nuestro círculo social más próximo. Y lo eran, incluso, a pesar de mantener un contacto poco frecuente. Simplemente por el papel que esas personas jugaban en nuestras vidas. Con esta visión, que una persona formara parte de este primer anillo de confianza y seguridad, era producto de una elección personal basada en aspectos de índole mayormente emocional. En la era COVID esta clasificación ha saltado por los aires.
Y es que si nos atenemos a la cruda y actual realidad, los círculos de confianza pueden estar cambiando radicalmente. ¿Cuál es el motivo principal de este cambio? ¡Fácil! Solamente tenemos que cambiar el factor “EMOCIONAL”, más subjetivo, por el factor “FRECUENCIA”, más objetivo en estos tiempos convulsos. Si me permitís, desarrollaré mejor estas ideas. Cuando establecíamos una clasificación de los círculos de confianza basándonos en lo emocional, era fácil que ese primer anillo pudiera estar formado por: nuestros padres, hijos, hermanos, abuelos, tíos, primos, mejores amigos... con todas estas personas nos unen estrechos lazos emocionales a pesar de que, por veces, pasemos largos periodos de tiempo sin mantener un contacto estable y frecuente. Y, precisamente esto, es lo que en el momento COVID actual se penaliza más duramente. Si la convivencia no es estable, si el contacto no es frecuente, entonces no es recomendable mantenerlo. El riesgo de contraer el virus, nos dicen, pasa a ser elevado.
Cuando cambiamos la variable “emocional” por la variable “frecuencia”, la clasificación de la que hablamos puede cambiar, ¡y mucho! De la clasificación anterior se mantienen los hijos, si conviven bajo nuestro mismo techo, los hermanos si la proximidad geográfica permite un contacto recurrente y estable y, en el caso de estar trabajando en las instalaciones corporativas, los integrantes de nuestro Equipo de trabajo con los que pasamos gran parte del día, todos los días. También los amigos más íntimos con los que hemos mantenido el contacto en esta etapa de post-confinamiento pueden pasar a engrosar la lista de contactos más cercanos.
Por el contrario, pueden caer de esta lista seres queridos tan importantes como lo pueden ser nuestros padres o abuelos, debido a la edad o posibles patologías que les convierten en personas de riesgo, y muchos amigos con los que nos reuníamos, de uvas a peras, para celebrar una reunión de antiguos alumnos del colegio, por ejemplo. La COVID lo cambia todo, también las relaciones.
Y cuando hablamos de relaciones, hablamos de cómo nosotros mismos nos proyectamos en sociedad, de cómo interaccionamos en múltiples situaciones cotidianas. Cuando nos encontramos con algún conocido por la calle, cuando recibimos a un contacto en el trabajo, cuando nos presentan a alguien… Cualquiera de estas situaciones se hubiera resuelto con un simple apretón de manos y un “encantado de conocerte”. Hoy, con la exposición al coronavirus y el temor al contagio, el distanciamiento físico también nos lleva a un distanciamiento social severo que nos lleva a analizar si, el de la COVID, también será un periodo que redefinirá el peso que otorgamos a los diferentes elementos de comunicación verbal y no verbal.
Hace algunos años, un tal Albert Mehrabian, profesor de psicología emérito en la Universidad de California, definió en su regla Mehrabian que el peso de los diferentes elementos presentes en la comunicación era el siguiente:
Lenguaje verbal (7%): bajo este aspecto podemos englobar todo lo que decimos con palabras, es decir, el mensaje en sí. Por ejemplo, “saldremos de esta”.
Lenguaje paraverbal (38%): este aspecto hace referencia a cómo nuestra voz, el tono, el ritmo, las pausas, el volumen… acompañan a nuestro lenguaje verbal, a nuestro mensaje. El resultado cuando añadimos el elemento paraverbal a lo que decimos con palabras podría dar como resultado algo parecido a esto: “¡saldremos de esta!” El volumen alto, el tono enérgico y la pasión con la que podemos transmitir esta idea, nos puede hacer más creíbles y más motivantes para convertir la idea compartida, en una realidad fehaciente.
Lenguaje gestual (55%): la utilización de nuestro cuerpo, de nuestros gestos cuando transmitimos nuestro mensaje, puede ser determinante en el impacto causado en nuestra audiencia. Y es definitivo para lograr alcanzar el objetivo propuesto cuando, con palabras, lo estamos verbalizando. De este modo, si nuestra corporalidad añade convencimiento al mensaje “¡saldremos de esta!”, estaremos en disposición de causar un mayor impacto en quienes nos escuchan.
En época de mascarillas y contacto físico reducido alguno de estos elementos, anteriormente descritos, pueden llegar a variar su peso en el traslado efectivo del mensaje que queremos transmitir. En época de COVID, una regla como la que planteó Albert Mehrabian en la década de los 80 y que, hoy en día, todavía está(ba) vigente, puede que tenga que ser replanteada. Pero, ¿qué elementos pierden peso y qué otros lo ganan en la transmisión efectiva del mensaje en la era COVID? ¡Vamos a analizar los recursos que entran en juego en cada elemento de la comunicación!
Lenguaje verbal: como decíamos anteriormente, el lenguaje verbal es lo que decimos con palabras, el mensaje que queremos transmitir, la idea que queremos trasladar. En este caso, a pesar de las condiciones actuales y siempre bajo mi punto de vista, el peso del lenguaje verbal en el juego comunicativo es el mismo. Y es el mismo porque la construcción del mensaje en sí depende de cuán hábiles seamos con los recursos que nos ofrece nuestro idioma. La estructura, las palabras usadas, el orden de las frases… son elementos que permanecen inalterables con o sin mascarilla, con o sin distanciamiento físico de por medio.
Lenguaje paraverbal: cuando nos detenemos en el elemento paraverbal, sí que podemos encontrar que la situación actual le otorga un mayor peso específico en la transmisión efectiva del mensaje. Poner más énfasis usando nuestra voz, articulando aún más las palabras para que estas sean fácilmente entendibles, aumentando un poco el volumen, pausando el ritmo para que nuestro mensaje no salga atropellado… son aspectos que debemos tener en cuenta siempre y, aún más, cuando tenemos que lidiar con un proceso de comunicación tras la mascarilla y con un cierto distanciamiento físico que, en ocasiones, se puede convertir en digital. La manera en la que acompañamos nuestro lenguaje con todos los recursos que nos ofrece nuestra voz, crece en importancia en el contexto comunicativo actual.
Lenguaje gestual: si el lenguaje paraverbal aumenta su protagonismo, el lenguaje gestual es un elemento del mensaje que, según mi opinión, pierde fuerza claramente. Permanecen los gestos, la corporalidad y la mirada pero desaparece cualquier señal gestual realizada con la boca. Y esta circunstancia nos puede hacer perder información valiosa acerca del estado de ánimo con el que nuestro interlocutor está trasladando su mensaje. El poder de una mueca, de una sonrisa, de un apretón de dientes, una boca abierta o cerrada, morderse los labios, sacar la lengua o enseñar los dientes… Seguro que tú que estás leyendo estas líneas le has puesto un significado a los gestos faciales anteriores. Gestos muy poderosos que, si no somos capaces de percibir, nos pueden hacer perder una parte muy importante de la información que queremos descifrar de nuestro interlocutor y nos restan capacidad de impacto. Esta circunstancia nos lleva a tener que potenciar los gestos realizados con las manos, dar más protagonismo a nuestra mirada y tomar consciencia de nuestra posición corporal, en beneficio de una mayor eficacia en nuestra comunicación.
Con los argumentos presentados anteriormente, me voy a lanzar a por mi propia regla de los diferentes elementos de la comunicación. Como he compartido a través de mis reflexiones, creo que el elemento verbal mantiene su nivel de importancia (7%) debido a que en periodo COVID o pre-COVID lo que queremos decir con palabras, no varía. En el caso del elemento paraverbal sí que encuentro que cualquiera de los recursos que usamos en nuestra comunicación, adquieren más protagonismo en su objetivo de lograr un mayor impacto de nuestro mensaje en nuestro interlocutor.
El tono de voz, el ritmo que imprimimos a las palabras, la manera en la que las articulamos, las pausas que hacemos cuando trasladamos el mensaje, la pasión con la que transmitimos nuestras ideas… se vuelven elementos más importantes, si cabe, en el contexto actual de mascarilla y distanciamiento físico.
Por este motivo, creo que su peso pasaría del 38% descrito por Mehrabian a un, nada desdeñable, 45%. Este incremento de la importancia del elemento paraverbal haría retroceder al elemento gestual de un 55% a un 48%. De todos modos, a pesar de experimentar un retroceso notable debido a la utilización de la mascarilla que impide contar con buena parte de la gestualidad facial, los gestos siguen contando con un potencial enorme en nuestro objetivo de influir con el mensaje que queremos compartir con nuestros interlocutores. La cosa quedaría así:
Lenguaje verbal (7%) + Lenguaje paraverbal (45%) + Lenguaje gestual (48%).
¿Tú qué opinas? ¿Crees que los elementos protagonistas de nuestra comunicación han variado sus pesos en importancia a raíz del contexto de COVID actual? ¡Espero tus comentarios!
De cualquier modo, la importancia de la comunicación es crucial en cualquier aspecto vital y, como dice Watzlawick, no podemos abdicar de ella:
“Es imposible no comunicarse: todo comportamiento es una forma de comunicación. Como no existe forma contraria al comportamiento («no comportamiento» o «anticomportamiento»), tampoco existe la «no comunicación»” (Paul Watzlawick – Escuela de Palo Alto)